Anoche me costó dormir, un par de mosquitos quisieron jugar
en mis oídos, y por alguna extraña razón, aunque todo el día tuve sueño, a la
hora de acostarme se hicieron las 2am y seguí dando vueltas. Miré el reloj del
celular también a las 4, y otra vez a las 6. A las 8, cuando sonó el
despertador, lógicamente lo pospuse, dos veces 10 minutos. A las 8:20 el gato
decidió venir a compartir la cama. Le digo que es un guacho, que podría haber
venido antes, y me levanto. Dejo todo desordenado “para no molestarlo”.
Empieza noviembre y llueve. Pienso en las palabras de
Spinetta cuando dice que “la lluvia borra la maldad y lava todas las heridas de
tu alma”. Pienso esta frase siempre que llueve, y puede que esté relacionada
con mi reciente amor por los días de lluvia. Me resulta paradójico que el año
empiece a terminarse así, con una suerte de propuesta de meditación, como si debiéramos
plantearnos un balance de fin de año colectivo. Lavar las culpas y penas, un
Yom Kippur cualquiera, sanar, cerrar, soltar.
Tomo el primer tren camino a una entrevista de trabajo que
se de antemano que no voy a aceptar, pero no me puedo permitir no probar. Me apoyo
al lado de la puerta, y entre estación y estación noto que al chico que viaja
parado enfrente mío le cayó una gota justo debajo del ojo: parece lágrima,
aunque él ni la nota.
Me gusta escuchar la radio cuando viajo, y disfruto el ruido
blanco al entrar al subte. De hecho, no toco el teléfono en todo el viaje
subterráneo, entra en mi subconsciente, como si me ayudara a poner la mente en
cero.
Tomo el último tren, un tramo corto esta vez. Me siento y
sigue lloviendo, la radio volvió a mis oídos y me divierto escuchando
definiciones de los peores jefes que te pueden tocar. Pienso que mi últimoj
jefe era todos esos juntos, y respiro profundo y me siento pesar mil kilos
menos.
Llego temprano y diluvia, así que tomo un cortado en el bar
de la estación. Me lo sirven con una porción de torta de ricota ¡que lujo! Cuando
vuelvo a salir ya casi no llueve, y la caminata hasta la entrevista se vuelve
un paseo ya sin radio. No me va mal ni me va bien, mientras la chica me habla
pienso que jamás aceptaría esas horas por ese salario, ni que me hagan pasar
por entrevistas humillantes, aunque de todas maneras soy simpatiquísima y le
digo a todo que si (“Si a todo”, me dijo
mi amiga Lulú una vez. Se parece al “nunca digas que no” que me decía mi Memé,
así que como las admiro mucho a las dos me parece buena idea hacerles caso,
total para bajarme del plan siempre hay tiempo).
Llego a casa después de más de 10 días girando. Decido faltar
a clase y reagruparme. Salgo a hacer unos trámites cortos, y me llevo la grata
sorpresa de conseguir unas entradas a un evento gratuito que pensé iban a estar
agotadas, aunque todavía no se si voy a ir. El mío es el reino del “por las
dudas”.
De vuelta me preparo unos mates y me siento a escribir. Uso
la bombilla que él me regaló, otro lujo, no hay que hacer esfuerzo y se limpia
súper fácil. Un gesto de amor verdadero, una pavada cotidiana. Igual no voy a
nombrarlo más, prometí no escribir sobre él. Me siento demasiado bien a su lado
como para perderlo entre estas letras. También intento no fotografiarlo, es
como robarle el alma, ¿nosierto? Y no se la quiero robar, quiero que se la
quede él, así me acompaña desde su cuerpo. Tengo un rollo entero esperando ser
escaneado, casi completo de mi último compañero.
Me vienen a la cabeza otros regalos u objetos apropiados de
relaciones anteriores, algunos libros prestados (otra cosa que prometí no
volver a hacer, ni de ida ni de vuelta), unos auriculares que juro quiero
devolver, una cadena y un dije en mi collar de todos los días.
Cada día creo menos en las casualidades, aunque no ya en el
destino. No creo que esté escrito, pero si que hay señales, todos los días, en
el momento menos esperado. Está en uno elegir prestarles atención y qué hacer
con ellas. Se que por algún motivo estoy recorriendo este camino, un motivo más
fuerte que por los que no los recorrería. “Tené cuidado con lo que deseás,
porque se te puede cumplir”, es otra cosa que me dijo Lulú. Es su forma
poética, casi como regla nemotécnica, de hacerme saber que puedo lograr todo lo
que me proponga, que siga en ese camino, que desee, que crea, que ame. Un chico
con el que salí un tiempo, que estudiaba guión, me dijo “el personaje se define
por donde quiere estar, no por donde no quiere estar”. Y yo hoy quiero estar
acá con mis mates amargos, pensando un poco de todo y agradeciendo,
agradeciendo siempre.
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