martes, 1 de noviembre de 2016

Hoy elijo...

Anoche me costó dormir, un par de mosquitos quisieron jugar en mis oídos, y por alguna extraña razón, aunque todo el día tuve sueño, a la hora de acostarme se hicieron las 2am y seguí dando vueltas. Miré el reloj del celular también a las 4, y otra vez a las 6. A las 8, cuando sonó el despertador, lógicamente lo pospuse, dos veces 10 minutos. A las 8:20 el gato decidió venir a compartir la cama. Le digo que es un guacho, que podría haber venido antes, y me levanto. Dejo todo desordenado “para no molestarlo”.
Empieza noviembre y llueve. Pienso en las palabras de Spinetta cuando dice que “la lluvia borra la maldad y lava todas las heridas de tu alma”. Pienso esta frase siempre que llueve, y puede que esté relacionada con mi reciente amor por los días de lluvia. Me resulta paradójico que el año empiece a terminarse así, con una suerte de propuesta de meditación, como si debiéramos plantearnos un balance de fin de año colectivo. Lavar las culpas y penas, un Yom Kippur cualquiera, sanar, cerrar, soltar.
Tomo el primer tren camino a una entrevista de trabajo que se de antemano que no voy a aceptar, pero no me puedo permitir no probar. Me apoyo al lado de la puerta, y entre estación y estación noto que al chico que viaja parado enfrente mío le cayó una gota justo debajo del ojo: parece lágrima, aunque él ni la nota.
Me gusta escuchar la radio cuando viajo, y disfruto el ruido blanco al entrar al subte. De hecho, no toco el teléfono en todo el viaje subterráneo, entra en mi subconsciente, como si me ayudara a poner la mente en cero.
Tomo el último tren, un tramo corto esta vez. Me siento y sigue lloviendo, la radio volvió a mis oídos y me divierto escuchando definiciones de los peores jefes que te pueden tocar. Pienso que mi últimoj jefe era todos esos juntos, y respiro profundo y me siento pesar mil kilos menos.
Llego temprano y diluvia, así que tomo un cortado en el bar de la estación. Me lo sirven con una porción de torta de ricota ¡que lujo! Cuando vuelvo a salir ya casi no llueve, y la caminata hasta la entrevista se vuelve un paseo ya sin radio. No me va mal ni me va bien, mientras la chica me habla pienso que jamás aceptaría esas horas por ese salario, ni que me hagan pasar por entrevistas humillantes, aunque de todas maneras soy simpatiquísima y le digo a todo que si (“Si a todo”,  me dijo mi amiga Lulú una vez. Se parece al “nunca digas que no” que me decía mi Memé, así que como las admiro mucho a las dos me parece buena idea hacerles caso, total para bajarme del plan siempre hay tiempo).
Llego a casa después de más de 10 días girando. Decido faltar a clase y reagruparme. Salgo a hacer unos trámites cortos, y me llevo la grata sorpresa de conseguir unas entradas a un evento gratuito que pensé iban a estar agotadas, aunque todavía no se si voy a ir. El mío es el reino del “por las dudas”.
De vuelta me preparo unos mates y me siento a escribir. Uso la bombilla que él me regaló, otro lujo, no hay que hacer esfuerzo y se limpia súper fácil. Un gesto de amor verdadero, una pavada cotidiana. Igual no voy a nombrarlo más, prometí no escribir sobre él. Me siento demasiado bien a su lado como para perderlo entre estas letras. También intento no fotografiarlo, es como robarle el alma, ¿nosierto? Y no se la quiero robar, quiero que se la quede él, así me acompaña desde su cuerpo. Tengo un rollo entero esperando ser escaneado, casi completo de mi último compañero.
Me vienen a la cabeza otros regalos u objetos apropiados de relaciones anteriores, algunos libros prestados (otra cosa que prometí no volver a hacer, ni de ida ni de vuelta), unos auriculares que juro quiero devolver, una cadena y un dije en mi collar de todos los días.

Cada día creo menos en las casualidades, aunque no ya en el destino. No creo que esté escrito, pero si que hay señales, todos los días, en el momento menos esperado. Está en uno elegir prestarles atención y qué hacer con ellas. Se que por algún motivo estoy recorriendo este camino, un motivo más fuerte que por los que no los recorrería. “Tené cuidado con lo que deseás, porque se te puede cumplir”, es otra cosa que me dijo Lulú. Es su forma poética, casi como regla nemotécnica, de hacerme saber que puedo lograr todo lo que me proponga, que siga en ese camino, que desee, que crea, que ame. Un chico con el que salí un tiempo, que estudiaba guión, me dijo “el personaje se define por donde quiere estar, no por donde no quiere estar”. Y yo hoy quiero estar acá con mis mates amargos, pensando un poco de todo y agradeciendo, agradeciendo siempre.

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