lunes, 6 de abril de 2015

Escribir sobre mi

Hasta la adolescencia disfruté mucho leer y escribir; mis libros de cabecera eran Mafalda, y Ana Frank era la lectura antes de dormir. En la época en la que que un chico tuviera televisión en la habitación era mala palabra, además de inaccesible, era puro estímulo a la imaginación. Mi materia preferida era Lengua, y escribía poesías sobre salvar al mundo, no a las guerras, y amor eterno y desenfrenado. Mi primera maestra todavía cuando me encuentra me pregunta si estudié teatro o letras, aparentemente por mis dos lados más desarrollados por naturaleza hasta ese entonces: la caradurez y las palabras.
Con los años, ninguno de los dos lados prosperó. Bueno, si soy caradura y sí me gustan las palabras, pero no hice ningún tipo de búsqueda de desarrollo personal en esos aspectos. La imagen en movimiento le ganó a las imágenes en la cabeza (claro, siempre es más fácil que alguien lo piense por vos), y dejé de leer y escribir. Cada tanto esbocé algunas líneas intentando aclarar sentimientos o pensamientos, es cierto que ver las ideas plasmadas les da orden fuera del menjunje en la cabeza. Ya en la Universidad, sentarse a estudiar mató toda posibilidad de lectura por placer, sólo un libro o dos en alguna vacación, que de todas formas me costó mucho retomar esto de “no perder el hilo” y dejé muchos a mitad de camino.
Ya el año pasado, 2014, en una profunda crisis de identidad y vocación, me tomé un tiempo para meditar. Me tomé suena a elección, cuando en verdad no tuve más opción, porque perderse a uno mismo es más angustiante que la aguja en el pajar. Y uno de los ejercicios que me propuse es terminar los libros que leyera, y escribir todo eso que me pasaba por la cabeza. Para lo primero, me fue muy fácil con Isabel Allende; puedo definirla hoy como mi autora preferida no sólo por su hermosa prosa, sino por lo inspiradora que es como mujer. Tuve la suerte de que cayera en mis manos su libro Paula, que es una extensa carta que dedica a su hija en su lecho de agonía por una terrible enfermedad, motivada por el temor a que su memoria se vea borrada al despertar, en la que hace un raconto de su vida. Paula fue de los primeros caminos hacia la luz, entender que mi heroína no era más que una mujer que luchó por llevar la vida que quiso, lo que le llevó cuarenta años descubrir y otros tantos poner en práctica. Isabel, en su acto de amor más profundo, me hizo ver que no todo está perdido aún perdido, que un hilo de vida es aún suficiente para crear.
Y así me encontré en mi trayectoria adolescente – adulto, tratando de elegir, sin muchas opciones tangibles pero con todas las posibilidades del mundo. Siempre la familia es algo importante, en las buenas y en las malas. Me refiero, en sus buenas y en sus malas cruzadas con las propias. Es tan interesante el entrecruzamiento de relaciones humanas, las formas en las que actúan los unos y los otros y cómo se combinan entre sí, las reacciones que generan, los resultados que alteran; no vemos esto en el día a día, le damos medida con la pespectiva. Los momentos de crisis son esos en los que tenemos toda la carne al aire, hay que prestar atención, no olvidar y saber perdonar. Formar la personalidad implica tanto saber hablar como saber callar, en general las personas más sabias me resultan aquellas que en pocas palabras pueden resumir un universo.
¿Por qué escribir sobre mi? Me hice mucho esta pregunta. Ayer me repregunté ¿por qué no? Se escribe sobre lo que se conoce, y este es mi intento por conocerme todos los días, los grises y los rosas. Ayer en la televisión había una novela, y me percaté acerca de que estas (casi) siempre son sobre gente millonaria, empresaria, realeza, o que tienen algún tipo de superpoder como nunca ir al baño, ni cocinar ni llorar porque están menstruando. Me refiero a que los personajes de ficción no son jamás gente normal, con sufrimientos normales. Es cierto que esa es la manera de generarnos distintos universos en nuestro imaginario y así crecer los mundos paralelos, pero no será mucho? No será una manera de meternos ideas sobre cómo podríamos querer ser o a qué podríamos querer llegar, con una eterna insatisfacción porque no nacemos en cunas de oro y definitivamente menstruamos una vez al mes. Sin ánimos de ser negativa o pesimista, a lo que quiero llegar es a que, escribo sobre mi, porque soy lo que conozco, y porque me considero normal; ni muy muy ni tan tan; ni más ni menos. Creo que tengo una vida de privilegio en muchos aspectos que es bueno reconocer, y también creo que tengo problemas como todos y otros problemas que son sólo míos.

Para ir cerrando, sólo espero mantener algo de constancia. Algo interesante, porque es todo lo que no suelo hacer. Es entonces un ejercicio más de los que me propongo, para encontrarme. 

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