Hasta la adolescencia disfruté
mucho leer y escribir; mis libros de cabecera eran Mafalda, y Ana Frank era la
lectura antes de dormir. En la época en la que que un chico tuviera televisión
en la habitación era mala palabra, además de inaccesible, era puro estímulo a
la imaginación. Mi materia preferida era Lengua, y escribía poesías sobre
salvar al mundo, no a las guerras, y amor eterno y desenfrenado. Mi primera
maestra todavía cuando me encuentra me pregunta si estudié teatro o letras,
aparentemente por mis dos lados más desarrollados por naturaleza hasta ese
entonces: la caradurez y las palabras.
Con los años, ninguno de los dos
lados prosperó. Bueno, si soy caradura y sí me gustan las palabras, pero no
hice ningún tipo de búsqueda de desarrollo personal en esos aspectos. La imagen
en movimiento le ganó a las imágenes en la cabeza (claro, siempre es más fácil
que alguien lo piense por vos), y dejé de leer y escribir. Cada tanto esbocé
algunas líneas intentando aclarar sentimientos o pensamientos, es cierto que
ver las ideas plasmadas les da orden fuera del menjunje en la cabeza. Ya en la
Universidad, sentarse a estudiar mató toda posibilidad de lectura por placer,
sólo un libro o dos en alguna vacación, que de todas formas me costó mucho
retomar esto de “no perder el hilo” y dejé muchos a mitad de camino.
Ya el año pasado, 2014, en una
profunda crisis de identidad y vocación, me tomé un tiempo para meditar. Me
tomé suena a elección, cuando en verdad no tuve más opción, porque perderse a
uno mismo es más angustiante que la aguja en el pajar. Y uno de los ejercicios
que me propuse es terminar los libros que leyera, y escribir todo eso que me
pasaba por la cabeza. Para lo primero, me fue muy fácil con Isabel Allende;
puedo definirla hoy como mi autora preferida no sólo por su hermosa prosa, sino
por lo inspiradora que es como mujer. Tuve la suerte de que cayera en mis manos
su libro Paula, que es una extensa carta que dedica a su hija en su lecho de
agonía por una terrible enfermedad, motivada por el temor a que su memoria se
vea borrada al despertar, en la que hace un raconto de su vida. Paula fue de
los primeros caminos hacia la luz, entender que mi heroína no era más que una
mujer que luchó por llevar la vida que quiso, lo que le llevó cuarenta años
descubrir y otros tantos poner en práctica. Isabel, en su acto de amor más
profundo, me hizo ver que no todo está perdido aún perdido, que un hilo de vida
es aún suficiente para crear.
Y así me encontré en mi
trayectoria adolescente – adulto, tratando de elegir, sin muchas opciones
tangibles pero con todas las posibilidades del mundo. Siempre la familia es
algo importante, en las buenas y en las malas. Me refiero, en sus buenas y en
sus malas cruzadas con las propias. Es tan interesante el entrecruzamiento de
relaciones humanas, las formas en las que actúan los unos y los otros y cómo se
combinan entre sí, las reacciones que generan, los resultados que alteran; no
vemos esto en el día a día, le damos medida con la pespectiva. Los momentos de
crisis son esos en los que tenemos toda la carne al aire, hay que prestar
atención, no olvidar y saber perdonar. Formar la personalidad implica tanto
saber hablar como saber callar, en general las personas más sabias me resultan
aquellas que en pocas palabras pueden resumir un universo.
¿Por qué escribir sobre mi? Me
hice mucho esta pregunta. Ayer me repregunté ¿por qué no? Se escribe sobre lo
que se conoce, y este es mi intento por conocerme todos los días, los grises y
los rosas. Ayer en la televisión había una novela, y me percaté acerca de que
estas (casi) siempre son sobre gente millonaria, empresaria, realeza, o que
tienen algún tipo de superpoder como nunca ir al baño, ni cocinar ni llorar
porque están menstruando. Me refiero a que los personajes de ficción no son
jamás gente normal, con sufrimientos normales. Es cierto que esa es la manera
de generarnos distintos universos en nuestro imaginario y así crecer los mundos
paralelos, pero no será mucho? No será una manera de meternos ideas sobre cómo
podríamos querer ser o a qué podríamos querer llegar, con una eterna
insatisfacción porque no nacemos en cunas de oro y definitivamente menstruamos
una vez al mes. Sin ánimos de ser negativa o pesimista, a lo que quiero llegar
es a que, escribo sobre mi, porque soy lo que conozco, y porque me considero
normal; ni muy muy ni tan tan; ni más ni menos. Creo que tengo una vida de
privilegio en muchos aspectos que es bueno reconocer, y también creo que tengo
problemas como todos y otros problemas que son sólo míos.
Para ir cerrando, sólo espero
mantener algo de constancia. Algo interesante, porque es todo lo que no suelo
hacer. Es entonces un ejercicio más de los que me propongo, para encontrarme.
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